La gobernadora de Campeche, Layda Sansores, se colocó en el centro de la controversia tras un discurso durante la visita de la presidenta Claudia Sheinbaum a Calakmul, donde aseguró que “ser mujer, indígena y pobre es lo peor que te puede pasar en la vida”.
El comentario, pronunciado durante la inauguración del Centro Libre de Violencia, generó críticas inmediatas de activistas y colectivos indígenas, quienes lo calificaron como discriminatorio y racista. La Red de Abogadas Indígenas exigió una disculpa pública y pidió que la mandataria estatal tome cursos sobre racismo, derechos humanos y perspectiva de género.
Según esta organización, la pobreza en las comunidades indígenas no es un asunto individual, sino el resultado de una histórica marginación estructural del Estado mexicano. “Ser pobre es consecuencia de un Estado gobernado por un pensamiento blanqueado y criollo, donde el indígena ha sido asociado con atraso y pobreza”, señalaron.
Mientras el discurso de Sansores generaba indignación, en otras partes del país mujeres indígenas destacaban a nivel internacional. Un ejemplo es el equipo rarámuri de baloncesto Mukí Semati, que recientemente participó en los Juegos Mundiales Indígenas en Ottawa, donde lograron el segundo lugar frente a selecciones de Nueva Zelanda y Canadá.
Otro caso es el de la corredora rarámuri Candelaria Rivas Ramos, quien en julio pasado sorprendió al mundo al ganar el Ultra Maratón del Cañón de 63 kilómetros en Chihuahua, sin experiencia previa ni entrenamiento formal. Su hazaña fue reconocida por medios internacionales que destacaron la fuerza y el talento de las mujeres indígenas mexicanas.
Los contrastes entre las declaraciones oficiales y las historias de éxito muestran cómo, a pesar de los prejuicios y las condiciones de desigualdad, las mujeres indígenas continúan abriendo camino y representando a México en escenarios internacionales.